Calisto

Calisto, era un joven de diecinueve años, un metro setenta de alto, lo que era poco normal en esos tiempos, cuando la estatura media no excedía de un metro sesenta. Al contrario de la mayoría de los demás jóvenes, morenos y con ropas de tonos oscuros, vestía con una camisa blanca radiante, los cuellos con ondas rematados por un cordón que cerraba la camisa al cuello a modo de pajarita. Un chaleco marrón claro, los hombros perfectamente cosidos, con un cordón entrelazado en los ojales y cerrado por un cinturón de cuero negro, con una hebilla metálica de color dorado. Un afeitado impecable, poco usual en esos tiempos, dejaba su rostro alargado y de tez blanca a la vista. Su media sonrisa permanente, sin dejar de tener un aspecto serio y elegante, mostraba la personalidad de un personaje cuanto menos peculiar del Siglo XVI.
Sus ojos eran de color azul claro, como los de Catalina, de pelo corto, por lo que resaltaban unas prominentes orejas puntiagudas con unos pequeños lóbulos rosados. Sentado en la mesa con las piernas cruzadas, con un pantalón de lino gris y unas chanclas de cuero marrón impecablemente amarradas, de las que asomaban los dos pulgares con las uñas perfectamente limadas.
Sin duda, llamó la atención de Fernando, ya que todo el mundo iba desaliñado con ropas destartaladas y sucias, ni qué decir tiene el olor corporal de la gente, la limpieza brillaba por su ausencia en esos tiempos, pero Calisto hasta olía bien dentro de lo que cabía esperar.
Su manera de agarrar la taza del desayuno con delicadeza, de mojar esos mendrugos de pan con más de una semana y la forma de masticar con un movimiento sutil de sus mandíbulas, confirmaban las palabras de Catalina, Calisto era un personaje muy, pero que muy peculiar para los tiempos que corrían.
Fuente: fragmento del libro Puerta en el Tiempo