Cándido Galán

En frente tenía un hombre alto, vestido con uniforme militar con una media armadura, pero en lugar de ser metálica, era de cuero negro resplandeciente, como si acabara de sacarle brillo minutos antes. Unas calzas listadas de color negro y rojo y con unas botas de cuero también relucientes y anudadas a la altura de las espinillas. En el lado izquierdo de un cinturón de cuero ancho, colgaba una espada de hoja bien afilada y en el lado derecho una pistola de rueda, dos pequeños sacos en los que previsiblemente portaba la pólvora y la munición para sus armas. También de la cintura sobresalía la empuñadura de una pequeña daga. Tenía toda la pinta de ser un arcabuzero de los Tercios de Flandes, aunque en lugar de llevar puesto el típico pañuelo rojo o el bacinete metálico en la cabeza, la coronaba con un gran sombrero de ala ancha. El ala izquierda del sombrero retorcido hacia el interior y el derecho caído hacia abajo ligeramente desgastado en la parte anterior del mismo. El rostro de aquel individuo reflejaba seriedad. Su cara permanecía impasible ante la mirada de Catalina y sus grandes ojos negros, se clavaron como puñales en los de nuestra amiga que seguía observándolo. Un extenso bigote negro y una perilla de más de cuatro dedos, daban forma a una cara de piel curtida por el paso del tiempo, una gran cicatriz que iba desde la oreja izquierda hasta la parte inferior de la mandíbula, resaltaba sobre las diferentes heridas marcadas en su rostro y en su espalda, colgado con su cincha atravesando su pecho, un arcabuz de dos cañones y una saca con sus pertenencias.

Fuente: fragmento del libro Puerta en el Tiempo